domingo, 23 de septiembre de 2007

Coolhunter



Como cada mañana sus ojos se abrieron lentamente, con perfecta simetría el iris azul celeste ensanchó su mirada. Después de siete horas cuarenta y cinco minutos de sueño programado su corazón latía igual que en el momento en que concilió el sueño, exactamente 69 pulsaciones por minuto. En la ducha se masturbó porque el placer físico era algo a lo que no terminaba de acostumbrarse, y sonreía buscando la toalla al otro lado de la cortina. Su trabajo consistía en observar, mirar a través de los demás, analizar su comportamiento para hacer un informe que fuera de utilidad a la empresa. Quieren saber no sólo en qué piensa la gente, sino cómo andan, cómo ríen, cómo se insultan, cómo se envidian. Cómo follan. El futuro está en el control de las emociones, no en un juego de azar. Así que, sin probar bocado, se enfundó su vestido plateado con protección de nitrocelulosa y salió a la calle. Llovía tan lento como su corazón y el gris del cielo le recordó sus primeros meses de conciencia. Hubo años en los que sólo había gris. Ahora, desde que consiguió su nuevo trabajo, todo había cambiado. Durante décadas nunca había dudado porque no era capaz de vestir de color sus imágenes, a penas sentía. Ahora disfrutaba cada gota que mojaba su pelo. Sus superiores estarían contentos, aunque nunca más volverá a verlos. Era capaz de dudar. Entonces, al cruzarse con un joven que hacía deporte corriendo por el barrio, recordó que tenía que activar el mecanismo que hacía que sus pulmones artificiales se movieran rítmicamente como si el aire se filtrara a través de ellos, como si necesitara el oxígeno para vivir.